Si ayer un buen amigo me recomendaba que viera a Cayetano Rivera en Las Ventas porque sabe de mi afición (y no precisamente al toreo pero sí al caballero en cuestión), resulta que hoy me doy cuenta que el romance no me va más allá de veinticuatro horas.
Descubro que a quien realmente le soy fiel es a Berto, el de Buenafuente. Sí, el señor de las gafotas, canijillo y con buena nariz. He descubierto que no me puedo ir a la cama sin ver a Berto. Y sale siempre tarde. Y yo, ahí, esperando a Berto. Y traicionando a Cayetano. Infiel, por naturaleza.
Mientras escribo esto, miro a Berto y me doy cuenta que es casi la última cara que veo a diario y casi la última voz que escucho a diario. Y aún me paseo por su blog un rato. Espero que algún día Berto sepa de todo esto. Y Cayetano me lo perdone, pero no cambio a Berto ni siquiera por los ojos imposibles del Rivera. Y mira que me ha costado decir esto.
Y aún peor: mirando a Berto, ni siquiera me acuerdo de Pepe. ¿Seré yo, Señor?.
(Mañana a las 6:30 de la mañana en la T-4. Os veo allí, si hay valor).
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