Esa frase está sacada de La memoria de las hormigas, de Iolanda Batallé, que es el libro que me ocupa en estos días. Y viene a resumir muy bien lo que pienso en mí y en quienes quiero cuando pienso en mi vida y en mi muerte. Pienso siempre que hay cosas que se podrían hacer insoportables (la lista de males puede ser infinita) pero si hay una idea que se me hace insoportable es justamente ésa: perder la memoria, la conciencia de mí misma, la cordura. Pedir una hora más de cordura que de vida es a lo único que aspiro. Y lo único que deseo a quienes quiero. Llegar hasta el final con la plena conciencia de sí mismo, con capacidad de decidir lo que se quiere o lo que no se quiere y sabiendo quién es quién.
Así se fue mi padre: escribiendo hasta el final, razonando hasta el final como un reloj. Y cuando ya dormía, incluso en el sueño que interrumpió para despedirse, sabía quién era. Quiénes éramos, quiénes habíamos sido y lo mucho que la vida nos había regalado.
Así quiero irme yo. Un día, de golpe y sabiendo quien fui. Una hora más de cordura que de vida.