Cuando vuelvo por aquí, me doy cuenta lo rápido que pasa el tiempo. Casi sin sentir. Lo abandonado que lo tengo. Y es que el verano me está dejando sobre todo una languidez tontorrona, casi de princesa de cuento, de mareo y sopor, de tontuna absoluta, en definitiva. Pero es agradable. La mayoría del tiempo lo divido entre sueño, lectura y cocina. Dedico largas horas a dormir (no precisamente las ortodoxas), largas horas a leer (preferentemente la madrugada) y unos buenos ratos a cocinar: magret de pato, pastel de puerro, empanada, berenjenas rellenas en aceite de oliva, lentejas con todo su aliño, la tradicional tortilla de patatas, espinacas en varias versiones, lasaña, moussaka. No recordaba un verano tan creativo en lo gastronómico desde hace tiempo. Se ve que me provoca felicidad y me relaja lo de cortar un puerro.