EL COLLAR DE LA PALOMA




Obrad como si no me hubierais conocido nunca, que yo también obraré como si no me hubieseis conocido ni amado.


lunes, 23 de febrero de 2009

Mi doctora de cabecera

Mis más recientes analíticas indican que tengo el colesterol disparado por mi mala cabeza y la genética que no perdona, oiga. Lo peor de todo no es mi colesterol sino mi doctora de cabecera. Esta noche, a falta de otros pensamientos, me estaba acordando de ella y reconozco que me acojona visitarla.
La buena señora, entrada en años y carnes, con una cojera notable y un bastón, acojona. Acojona el bastón, la cara de mala leche que tiene y acojona cuando sale a la puerta de la consulta a pasar lista. Si estamos todos los nombrados, se cabrea porque estamos todos. Si falta alguno, también se cabrea porque se le altera el orden. El caso es que se cabrea permanente pero tiene su gracia porque creo que, en su otra vida, tuvo que ser la ama de llaves de los dibujitos de Heidi.
El caso, señores y señoras, es que me cago de miedo cada vez que me toca visitarla. La semana pasada me llevé una bronca del quince por el colesterol (a tomar por culo el colesterol, me dijo y me enchufó la Simvastatina para que aprenda lo que es bueno...), también me embroncó por querer ir al ginecólogo (se pensará que me hace ilusión la cosa en cuestión) y no os cuento nada, cuando le dije que me tenía que hacer una chapa y pintura que, en mi opinión, es necesaria y en la suya, es una mariconada de estética.
Cuando yo ya creía que la tenía acorralada y que iba a ceder terreno, me vino a decir que la chapa y pintura que yo tan necesaria creía es un puto churro que me lo haga quien me lo haga se va a quedar como un zurcido en el bajo de un pantalón de pana. O sea, una mierda en toda regla.
Y digo que es graciosa porque en el fondo la compadezco. Me enternece mucho los mosqueos que se pilla, la forma de pasar lista, las voces que nos da como si fuéramos sus alumnos poco aventajados. Me parece una tipa lista y creo que se merece una buena jubilación (incluso pre-jubilación). A ver si el Altísimo me escucha.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Llamadas perdidas

Tengo la desgracia de estar en la agenda de muchos móviles de amigos y conocidos en el primer lugar. Para algo me llamo como me llamo. Habrá Angelas, Alicias, Auroras, Amatistas, Amarandas, Almudenas, Agapitas, Anas. Pero difícilmente alguien me adelanta en los listados y allá que voy yo: Alejandra. Eso me supone tener unas cuantas llamadas perdidas de gente que nunca ha querido llamarme. Ya saben, aquellos que guardan tu número de móvil por hacer algo y luego el móvil, aburrido de no llamarte, decide hacerlo en solitario. Parece una tontería pero ya hace años que no contesto llamadas perdidas sospechosas de haber sido realizadas sin el permiso del propietario del teléfono. Por un lado, para no pagar factura a lo idiota. Por otro, porque me jode que me digan eso de: Anda, pues habrá sido el teléfono porque yo no te he llamado...
Claro que la de hoy, riza el rizo. Miro la pantalla, llamada perdida. Devuelvo la llamada porque creo que puede haber motivos para recibir esa llamada. Pues no. Resulta que la dueña andaba buscando a una amiga que comparte mi mismo nombre y que ha parido hoy. Como no recordaba qué Alejandra era (y tenía tres en el móvil), nos ha llamado a las tres para ver si nos habíamos puesto de parto. Menos mal que me lo tomo con humor. A cambio, he recibido una invitación a cenar por haber hecho la llamada.
No hay mal que por bien no venga. Y, ya puestos, he aclarado que hace tiempo que no me pongo de parto. Para que no haya error.

lunes, 16 de febrero de 2009

Viaje de placer

Pues no es por molestar, que no es eso, pero ya tengo preparado el viajecito de placer que tendré en abril próximo. La cosa pasa por ir de Madrid a Marrakech, de allí a Rabat y de Rabat a Casablanca. Ahí os pongo el hotelito de Marrakech y abajo el enlace a su página para que podais cotillear a modo.
La verdad es que me apetece sobre todo por aquello de distinguir entre viaje de trabajo y viaje de placer. Este será de placer.
Hacía tiempo que no decía algo así. Hace ilusión, en serio.

http://www.riad-chennaoui.com/

domingo, 15 de febrero de 2009

San Valentín y sus efectos colaterales

A pesar de no estar enamorada y no de no tener enamorado a nadie resulta que ayer también recibí mi regalo de San Valentín. La cosa es la siguiente: una, que entiende que estamos en crisis galopante, se va a cenar con dos amigas y el hijo de una de ellas a un restaurante chino en la noche de ayer. Cena familiar (con menor de por medio), rollito de primavera y arroces diversos. Lo más alejado de una romántica noche de San Valentín y eso.
Pues la china camarera decide darnos como regalo tres rosas rojas falsas que cuando se abren, esconden unos tangas de encaje rojo que quitan el sentido. Picarona la china nos guiña el ojito y nos dice que es para celebrar San Valentín. Estuve a punto de decirle que si no había tanga de otra talla que a mí ese se me quedaba corto para las expectativas de un día tan señalado. También estuve a punto de secuestrarla y hacerle comerse las rosas con una vinagreta (pero creo que esto es delito o algo). Lo dejé estar y me traje el tanga rojo a casa.
Eso me ha supuesto tener que dar explicaciones hoy de algo que yo no he hecho y todo por un santo que no celebro.Reflexionaré durante los próximos trescientos sesenta y cinco días sobre este asunto.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Los niños con los niños

Escucho que en no sé qué pueblo han decidido separar en el próximo curso escolar a los niños de las niñas en las clases. Los niños con los niños y las niñas con las niñas. El argumento consiste en que los niños repiten más que las niñas y las niñas sacan el 80% de los sobresalientes del colegio. La conclusión que sacan los responsables es que los niños se despistan estando con las niñas y no están a lo que tienen que estar. Una vez más, amigos, las niñas tienen la culpa de las miles de desgracias que les suceden a los varoncitos. En lugar de sacar en claro que los niños son más ceporros (por lo menos los que están escolarizados ahí), resulta que se despistan, los pobres, mirándole las cositas a las niñas y tratando de ver cómo meter su cosita en la cosita de las niñas. Y, por supuesto, a las niñas que son unas besugas sexualmente hablando, ni se les ocurre mirarle la cosita a los niños ni tratan de meterse nada en la cosita. O así. Es enternecedor. Hasta ahí todo el argumento que dan los educadores para separarlos.

Enternecedor de no ser por lo de siempre: las mujeres, desde que Adán se comiera la manzana por culpa de Eva, no hemos levantado cabeza. Si el niño suspende es porque la niña le despista y no porque sea de natural ceporrillo. Si el cuarentón le pone los cuernos a su esposa con la veinteañera es porque la veinteañera sabe lo que no está escrito en las Sagradas Escrituras mientras que el inocente cuarentón está pasando lo suyo con lo de la crisis de los cuarenta. Si el veinteañero ha dejado preñada a la novia es porque la chica quiere cazarlo y ¡zasca! (que diría Berto) pero nunca porque él la haya metido y sacado a destiempo. Si un señor termina en paro y alcohólico es porque su mujer le ha hecho la vida imposible y no porque sea un borracho que no ha pegado un palo en su vida.

La cosa se viene a resumir en que los pobres hombres sufren mucho. Tanto sufren con todas las penurias que pasan con las mujeres que, al final, terminan por suspender el curso y no pasar al siguiente. Solución: cambiamos a las niñas de clase y listo.Sólo espero los resultados del año próximo en el colegio. Me provoca una curiosidad infinita. Si los resultados masculinos fueran mejores para ese año, podríamos deducir entonces que el hombre es un ser indefenso que, efectivamente, se come la manzana sin pensar, se pasa la vida mirando a ver dónde la mete, la mete a destiempo y de mala manera y al final del camino, termina en paro y alcohólico por unas penas infinitas que arrastra desde la infancia. Un perfecto idiota, sin más.

Como tengo amigos listos (que cuando se comen la manzana lo hacen porque les da la gana y eso no les impide tener un cerebro privilegiado) y antes de que alguien me acuse de feminista sin escrúpulos, sólo voy a pedir el linchamiento público de los responsables del colegio. Por soplagaitas, se me ocurre.--

La caja y mis hemorroides

Descubro fascinada un programa en Tele 5. La cosa consiste en que te meten en una caja grande, te ponen imágenes y una tipa con voz de macarra fumeta te va contando tu vida y desgranando tus miserias. Los tipos y tipas que se meten en la caja sacan la casquería fina y se la van contando a la narradora. Negaría que lo estoy viendo pero sí lo estoy viendo. Un tipo que se lamenta de la enfermedad de su mujer, otra que tiene fobia a los pájaros o así.
Cualquier día de estos me vais a ver ahí. Veo ya mi nombre en neones. Iré a contar que tengo hemorroides y que tengo pánico a sentarme en cualquier silla. Máxime si es una silla de despacho porque esas sillas empeoran notablemente mi sufrimiento y mis hemorroides. Me imagino que me van a mandar a tomar por culo (cosa que no mejoraría el estado de mis hemorroides).
Os juro que no lo descarto. Estad atentos a la programación. Os perdereis un gran "pograma".

lunes, 9 de febrero de 2009

El fruto de su vientre

Disfruto del privilegio de poder ir caminando a mi trabajo en una ciudad como Madrid, pedazo de la España en que nací. Creo que soy la única ciudadana que no tiene tarjeta de transporte en esta ciudad. Me transporto yo sola de mi casa a mi trabajo y de mi trabajo a mi casa y tardo escasos diez minutos en llegar a la puerta del trabajo. Cuando hago uso del transporte público es habitualmente para darme algún placer, una vuelta, una cena, un teatro. Un lo que sea. Siempre sin prisas. Incluso disfruto cuando me monto en un bus y doy una vuelta por la gran ciudad.
Pero no traigo esto aquí para atraer los odios y las envidias de otros humanos. No quiero que los dioses me vengan a castigar. No. Traigo esto aquí porque en los casi tres años que llevo residiendo aquí (y en otra calle paralela), he venido observando que el número de personas que duermen en esta misma calle, en la mismísima calle, se ha incrementado escandalosamente en los últimos meses. Antes tenía fichado a un señor (imagino que señor porque yo sólo veo la manta y el bulto debajo) con un cartón de Don Simón al lado por toda compañía. Últimamente el número de mantas ha crecido. Puedo ver, sin exagerar, siete bultos/personas en ese paseo matutino (escasos diez minutos, os lo recuerdo). Con sus correspondientes cartones de vinazo al lado.
Bendita crisis y bendito sea el fruto de su vientre.

domingo, 8 de febrero de 2009

En pelotas

A pesar de todos los augurios y en mi camino de vuelta, no había nieve en la carretera, ni lluvia, ni granizo. Por no haber, no había ni Dios. Un camión despistado y poco más. Deberían hacer estos anuncios de nevadas terroríficas todos los días como medida preventiva para los atascos. He venido feliz y he rescatado mi coche del olvido (llevaba un mes sin saber de él).
Este fin de semana me han contado una historia curiosa (que no puedo narrar aquí). Si lo menciono es porque en mi destino está encontrarme en seis días con el protagonista de esa historia. Hace apenas cuatro días no conocía nada de esa persona. Escuché su nombre por primera vez. Cuatro días más tarde, y por otro canal distinto al primero, me llega la historia. Cuando me llega, yo ya estoy destinada a encontrarme con el individuo. Pienso que juega con desventaja. Conozco de él profesión, estado civil, hijos o no, domicilio, posibles económicos, relaciones sociales, incluso alguna actividad de ocio y posibles tendencias políticas. Es más: en una fácil consulta por internet, me entero de unas cuantas cosas más. Direcciones, teléfonos, correo electrónico.
Quiero creer que juega con desventaja. La sola posibilidad de creer que pueda saber tanto de mí como yo sé de él (sin haberlo pretendido) me inquieta bastante.
Estamos en pelotas, en realidad. Pero, en mi inocencia, quiero pensar que él está mucho más en pelotas que yo.
Buena semana.

jueves, 5 de febrero de 2009

Cuatro meses (en homenaje)


Soy una mala fotógrafa. Ni la fotografía digital vino a salvarme del don que los dioses no me quisieron conceder. Sin embargo, mi obra maestra, la única fotografía buena que he hecho en mi vida es esta que traigo aquí. Y, como siempre, se la debo a la casualidad. En esa foto, está mi progenitor trabajando en un barco que nunca terminó y que tenía como destinatario ese niño pequeño y de rizos rubios que se apoya en él. Y que observa atentamente el trabajo de su abuelo. Yo estaba detrás de ellos, trabajando en el ordenador y observé la escena. El niño, calladito, observando el trabajo, apoyado en su abuelo. El abuelo, trabajando, explicándole lo que iba haciendo. Que si pongo un clavito, que si ahora esto, que si ahora lo otro. De pronto, saqué la foto y me olvidé del asunto. La foto es de agosto, mediados, creo recordar.
Dos meses más tarde, el abuelo ya no estaba. El barco sigue allí y el niño sigue preguntando por él de vez en cuando. Y hoy, ya son cuatro meses sin verle. El tiempo pasa lento, pesado, a pesar de no parar en ningún momento y de la velocidad que todo lleva. Pero va lento, muy lento. Y esto, amigos míos, sigue doliendo como si fuera hoy cinco de octubre. O más. Aún prefería la sensación de estar narcotizada de aquellos días. La de hoy me jode viva. Pues eso, cuatro meses. Con sus ciento veinte días y sus ciento veinte noches.
Así que esta entrada, en su homenaje y en su recuerdo. Y a mi sobrino que, gracias a la torpe de su tía, tendrá un recuerdo de su abuelo que nadie tendrá que explicarle.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Lentejas y colesterol

Tengo un puchero de lentejas en el fuego. De lentejas de las de verdad. Lentejas de abuela, vamos. De aquellas que se meten en remojo un día de antes. Lentejas con todo su ritual. A fuego lento. La lavadora, puesta. Una lavadora de madre. Bien puesta. Con todos sus aderezos. La televisión puesta. Con una serie sobre asesinados, huesos y detectives. Con mujeres listísimas que ven un hueso y medio ojo y adivinan en DNI del asesino y si estaba sexualmente estimulado en el momento del asesinato. A un tiempo, leo a Muñoz Molina en un fragmento donde habla del silencio y la vida en el campo. Mientras, decido escribir una entrada. De pronto, esto parece una casa de verdad, de las de toda la vida: lentejas de abuela en el fuego, lavadora de madre dando vueltas, la tele enchufada de telón de fondo, un libro abierto y dos esperando y el tunelito de Internet delante de mis narices. Confieso que tampoco me falta un café y un cigarro.
En el montón de libros que esperan a la cola, dos regalos de dos amigos: La elegancia del erizo de Muriel Barbery y El asombroso viaje de Pomponio Flato de Eduardo Mendoza. Mis dos amigos son un par de optimistas que no conviene perder de vista. Piensan que tendré tiempo de leer todo lo que me regalan antes de la próxima Navidad. Me quieren mucho, en el fondo y me tienen en alta estima.
Todo esto que os cuento, sucede después de las 22:00. Es decir, que cumplida la jornada laboral, me pongo a hacer lentejas, pongo lavadoras, veo la tele, leo, escribo en Internet y pienso que me falta tiempo para todo lo que quisiera hacer (una queja muy original, me digo, que apenas la he escuchado en los últimos tiempos).
Para rematar mi nivel de actividad neuronal, mañana tengo cita para una analítica completa y un ginecólogo. Pienso en mis lentejitas y me acuerdo de que mañana me sacan sangre. Me acuerdo del colesterol y de quien lo inventara. Pienso con mucha nostalgia que, tal vez, sean mis últimas lentejitas en mucho tiempo. Me pregunto cómo es posible que unas inocentes lentejas con un inocente chorizo pueden ser tan incompatibles con los criterios de mi doctora de cabecera (que, a todo esto, está como un cencerro, digámoslo todo)
Os comentaré el resultado en el próximo capítulo.

martes, 3 de febrero de 2009

Todo mi desprecio

Voy a hacer una excepción con esta entrada pero no puedo evitarlo.
Hoy escucho que la chica italiana en coma (imagino que no necesita presentación porque todos conoceis el caso) ha ingresado en un centro donde, al parecer, conseguirá terminar con su agonía. La chavala en cuestión que lleva así desde sus 21 años y tiene 38 años, me conmueve especialmente. No por nada y sí por todo. La veo en fotos de hace 17 años y me parece guapísima. La imagino 17 años en la cama, después de un accidente de tráfico y más me emociono. Tiene mi edad. Unos meses más que yo que acabo de cumplir los 37.
Me pongo a pensar en todo lo que he hecho, de bueno, de malo y de regular, desde mis 21. Andaba terminando mi carrera y haciendo unos cuantos planes infinitos. Había visitado ya Inglaterra, Portugal, Marruecos, Túnez, Italia y toda la España peninsular. Después vino Siria, Jordania, Líbano, Egipto. Seis años de expatriada entre Damasco y Alepo. Idas y venidas a la madre patria. Pasaron las eternas becas de estudiante, los primeros trabajos en el exterior, la vuelta definitiva a España, la búsqueda del primer trabajo tras el retorno. Un trabajo, otro y el actual. Después vinieron los viajes a granel: Alemania, Francia, Marruecos, Argelia, Mauritania, Cabo Verde, China, Mali, Palestina, Israel, Jordania, Siria, Turquía, Italia, Austria, Guinea Bissau, Chipre, Senegal, India, Hungría, Portugal, Sudáfrica, Túnez.
En mitad de todo eso, risas, llanto, emociones, amores, desamores, amistades, enemigos. En mitad de todo eso, matrimonio y divorcio. La salud y la enfermedad. En mitad de todo esto, llegaron los móviles, los ordenadores, Internet, mi primer coche. Mi primera sobrina, mi primer sobrino. La muerte de mi padre. El luto de mi familia. La pena de los míos.
En mitad de todo eso, lo vivimos todo juntos. Todos sabíamos de todos, todos nos alegrábamos por todos, todos nos entristecíamos por todos. Todos sabíamos lo que estábamos pensando.
Y, de pronto, resulta que esta otra criatura lleva todo ese tiempo en una cama y los suyos piden dejarla ir. Sencillamente porque lleva diecisiete años sin estar.
Observo, sin entender nada, la obstinación de quienes hasta hace nada no la conocían por detener la ambulancia que la lleva a su final. Los insultos al padre que sigue a la ambulacia donde está el cadáver vivo de su hija. A ese padre que lleva viendo diecisiete años a su hija, o lo que de ella queda, en una cama. A ese padre que tiene que aguantar que le llamen asesino.
A mi padre, a quien yo sólo tuve que ver tres días en una cama y sin ya ser él, yo le pedía que se fuera. Que se fuera lento, suave, listo, inteligente como siempre fue. A mi padre, porque le quería con el alma, le suplicaba que se dejara ir al tiempo que, por puro egoísmo, le decía que no se me fuera. A mi padre, que ya no me hablaba, ni me veía, le cantaba las canciones que le gustaba con la esperanza de que aún me escuchara. Nadie nunca, ni hasta ahora, me ha confirmado que sí me estuviera escuchando. A mi padre, a quien vi morir, le deseé siempre lo mejor. Y lo mejor es que se fuera cuando ya tenía que irse.
Y una, que de normal, no trae estos temas a este lugar, se escandaliza inevitablemente cuando ve a esas hordas enloquecidas, dando gritos a una ambulancia e insultando a un padre que conduce detrás de esa ambulancia, arrastrando un sufrimiento que de ninguna de las maneras puedo llegar a imaginar.
Recuerdo un viaje detrás de una ambulancia. Recuerdo ciento sesenta kilómetros conduciendo detrás de una UVI móvil, no hace todavía cuatro meses. Recuerdo que en esa ambulancia aún quedaba una suerte de esperanza mientras los ojos de mi padre me pudieran mirar y pudiera hablarme de alguna manera. Recuerdo que detrás de esa ambulancia pasé los peores momentos de mi vida. Recuerdo que no hubiera consentido ni a Dios ni a Cristo en ese momento que nadie me explicara mi dolor, ni mi sufrimiento, ni lo que yo le deseaba al bueno de mi progenitor. Recuerdo las prisas, los nervios, la tensión, la alegría de una esperanza inútil, la contundencia de lo que iba a suceder.
Recuerdo todo eso y no puedo evitar un asco profundo, desde lo más profundo de mis tripas, hacia quienes son capaces de pedir que se siga alargando el sufrimiento de una muchacha que se quedó en los 21 mientras los demás, ajenos a su existencia, seguimos viviendo como si nada. Un asco profundo a quienes le gritan ante el paso de la ambulancia que se despierte (como si su familia no llevara 17 años deseando que nunca se hubiera dormido). Un asco profundo, sin remedio. Un asco profundo a quienes llaman "mano asesina" a quienes le van a procurar el alivio a esa muchacha que sonríe de lejos en las fotos. Un asco profundo a quienes intentan evitar eso en nombre de un Dios que nunca han visto. Un asco profundo a quienes se atreven a juzgar al padre.
Y una pena inmensa porque aún se tenga que explicar lo mucho que los queríamos. Como si no fuera evidente.
Francamente, sólo les deseo que se pudran en ese infierno en el que creen. Que se tuesten lentamente y que se vayan cociendo en su propio caldo. No se merecen otra cosa. Eso y todo mi desprecio.

domingo, 1 de febrero de 2009

Vientos huracanados

Ya estoy en casa. Esta mañana me desperté en Rabat con vientos huracanados de componente oeste. Hice el trabajo y terminé mis faenas. Tuve tiempo de ver a las amistades. Todos los taxistas patrios y no patrios resultaron ser amables y considerados. El hotel estaba limpio. La cadena del váter funcionaba perfectamente. La ducha también. Había agua caliente. El personal del hotel era simpático. Los aviones salieron y volvieron con puntualidad. Las maletas no se perdieron. No me he caído al suelo, no me he roto nada, no tengo cagalera, ni gripe ni fiebre. Sólo he gastado veinte euros en cuatro días.
Además de todo esto, estoy de buen humor.
¿Se puede pedir más?.