EL COLLAR DE LA PALOMA




Obrad como si no me hubierais conocido nunca, que yo también obraré como si no me hubieseis conocido ni amado.


lunes, 25 de agosto de 2008

Tiernos juegos infantiles a las cinco de la tarde

Me encantan los juegos infantiles.
Pero me gusta observarlos cuando no hay ni mamás cerca, ni papás, ni monitores, ni ningún tipo de adulto que ejerce malas influencias sobre los sádicos instintos infantiles.Cuando los puedes observar en estado puro y sin ningún tipo de dirección bienpensante. Cuando se muestran en todo su esplendor y se puede comprobar sobre el terreno lo tiernos e inocentes que son todos ellos.
Desde la posición privilegiada de mi balcón y ahora que hay ferias y festejos alrededor de mi domicilio (sin que nadie me haya consultado a mí) observo un parquecito donde juegan parte de los futuros ciudadanos de este país. Tiernecicos, ellos. Inocentes, sus padres. Cuando digo niños, digo niños. No adolescentes con espinillas. Niños bien vestidos, bien comidos, bien regalados, bien escuchados, bien escolarizados. Niños que no tienen que robar el mendrugo al vecino para llenar el estómago.
Pues bien, en estos momentos, escucho a cuatro niños a sus anchas, jugando en grupo y lejos de sus adultos. Parecen un grupo de mafiosos sicilianos (eso a la hora de repartirse las tareas que cada uno va a realizar). El más grandullón le dice al más enano: ¡Alejandro, te la quedas para siempre!. Entiendo que están jugando al escondite.Alejandro, mi homónimo, protesta tímidamente y dice: No vale. ¿Cómo que no vale, gilipollas?, responde el primero, aquí vale lo que yo digo, ¿te enteras?. Alejandro se entera y mete el cogote contra un árbol y empieza a contar. Para no desperdiciar la ocasión, un tercero le da una patada en el culo a modo de despedida. Alejandro ni se gira.Ya sabe que se la queda para siempre y que eso incluye patadas en el culo. Alejandro se la lleva quedando toda la tarde. Le veo ahí,apretado contra el árbol y el instinto maternal que nunca tuve me lleva casi a bajar a la calle y darle dos leches al grandullón y llevarme a Alejandro a merendar palomitas a la feria. Si no fuera porque no conozco de nada a Alejandro, porque no se debe intervenir en un ecosistema ajeno y, sobre todo, porque no pienso renunciar a Herodes. Pues bien, Alejandro termina por estallar y rompe a llorar como un desesperado (cuando ya lleva cinco horas aguantando humillaciones). En ese escenario, aparece un adulto, entiendo que padre de Alejandro o tío, por su aspecto y actitud. Y le dice cariñoso: ¿Pero tú eres tonto o qué?¿A qué te doy dos sopapos?. Eso, para rematar la escena.

Si cuando no está de Dios, Alejandro, hijo mío, hay poco que hacer para cambiar el destino.

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