EL COLLAR DE LA PALOMA




Obrad como si no me hubierais conocido nunca, que yo también obraré como si no me hubieseis conocido ni amado.


martes, 27 de enero de 2009

De oca en oca

Después de un breve reposo espiritual, salgo el jueves para Casablanca y de allí a Rabat. En este breve paréntesis patrio, he tenido tiempo para hacerme con una de chopitos, una de mollejitas y alguna que otra lindeza de la tierra para reponer pilas y ánimos después de los suculentos "menuses" del avión (cualquier día de estos, le vomito a la azafata al abrir el menú o le corto la cabeza al piloto, una de dos). Que digo yo que si puedes conservar una tortilla churretosa o un filete de pollo dentro de un "catering", bien podrían llevar unos chopitos, un poco de mojama, algo de jamón ibérico. Pues no, se empeñan en darnos mierda a miles de metros de altura y sin salida posible del aparato.
Dicho esto, os cuento que no gané el Dakar pero me faltó muy poco. Os cuento también que después de terminadas las tareas encomendadas a mi persona y sin saber cómo, terminé en un velatorio en un barrio perdido de Dakar. El difunto era un caboverdiano y la parroquia de lo más variopinta. Música de Cesaria Evora en la puerta de la casa del difunto, una mesita con la foto del finado y una cruz, también dos velitas a cada lado y allí me dediqué a besuquear y ser besada por el padre del difunto (que tenía unos ciento setenta años en canal), a la viuda (joven, si la comparamos con el difunto), a las hermanas del finado y los hijos del mismo. El caso es que por simpatía/empatía y puntos frescos me eché allí unas lágrimas de cagarse la patilla abajo. Algunos me miraban admirando mi capacidad teatral para el momento. Otros admiraban mi gran relación con el difunto (a quien nunca conocí en vida y le conocí en muerte). El caso es que yo lloraba por lo mío pero se parecía tanto a lo suyo que no se notaba apenas la diferencia.
No me pregunteis por qué llegué allí. No tengo explicación para ese momento pero así sucedió.

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