Sí, hermanos, ayer pequé. No sólo de pensamiento, sino también de obra y corazón. Eso sucedió entre mi paso por el Ateneo y mi llegada al Corral de la Morería. En ese fragmento de tiempo, no más de dos horas y antes de una cena copiosa (y gratuita, todo hay que decirlo), cometí un pecado mortal, reservado sólo a unos cuantos privilegiados en este mundo.
Y es que después de haber descubierto hace tiempo una tienda de joyas curiosas y preciosas, más de dos años de su descubrimiento y de pasar por su escaparate con carita de lástima (a ver si la dueña se apiadaba de mí y me regalaba algo), entré por primera vez en la tienda como quien entra en un santuario.
Aún así, y a mi favor, declararé que compré una joya que ni siquiera será para mí. Pero la botella se ha descorchado y no descarto, mucho antes de dejar pasar otros dos años, volver allí, sin cara de pena y comprar algo que sea para mí. Tal vez cometa un exceso de verdad antes de acabar el año.
Rezad por mí.
2 comentarios:
Pues sinceramente me parece estupendo que lo hayas hecho.
Isaboh
Creo que eso mismo va a pensar mi cuñada (destinataria de la joya en cuestión y que espero que no descubra por aquí).
Un beso, Isaboh.
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