EL COLLAR DE LA PALOMA




Obrad como si no me hubierais conocido nunca, que yo también obraré como si no me hubieseis conocido ni amado.


miércoles, 4 de febrero de 2009

Lentejas y colesterol

Tengo un puchero de lentejas en el fuego. De lentejas de las de verdad. Lentejas de abuela, vamos. De aquellas que se meten en remojo un día de antes. Lentejas con todo su ritual. A fuego lento. La lavadora, puesta. Una lavadora de madre. Bien puesta. Con todos sus aderezos. La televisión puesta. Con una serie sobre asesinados, huesos y detectives. Con mujeres listísimas que ven un hueso y medio ojo y adivinan en DNI del asesino y si estaba sexualmente estimulado en el momento del asesinato. A un tiempo, leo a Muñoz Molina en un fragmento donde habla del silencio y la vida en el campo. Mientras, decido escribir una entrada. De pronto, esto parece una casa de verdad, de las de toda la vida: lentejas de abuela en el fuego, lavadora de madre dando vueltas, la tele enchufada de telón de fondo, un libro abierto y dos esperando y el tunelito de Internet delante de mis narices. Confieso que tampoco me falta un café y un cigarro.
En el montón de libros que esperan a la cola, dos regalos de dos amigos: La elegancia del erizo de Muriel Barbery y El asombroso viaje de Pomponio Flato de Eduardo Mendoza. Mis dos amigos son un par de optimistas que no conviene perder de vista. Piensan que tendré tiempo de leer todo lo que me regalan antes de la próxima Navidad. Me quieren mucho, en el fondo y me tienen en alta estima.
Todo esto que os cuento, sucede después de las 22:00. Es decir, que cumplida la jornada laboral, me pongo a hacer lentejas, pongo lavadoras, veo la tele, leo, escribo en Internet y pienso que me falta tiempo para todo lo que quisiera hacer (una queja muy original, me digo, que apenas la he escuchado en los últimos tiempos).
Para rematar mi nivel de actividad neuronal, mañana tengo cita para una analítica completa y un ginecólogo. Pienso en mis lentejitas y me acuerdo de que mañana me sacan sangre. Me acuerdo del colesterol y de quien lo inventara. Pienso con mucha nostalgia que, tal vez, sean mis últimas lentejitas en mucho tiempo. Me pregunto cómo es posible que unas inocentes lentejas con un inocente chorizo pueden ser tan incompatibles con los criterios de mi doctora de cabecera (que, a todo esto, está como un cencerro, digámoslo todo)
Os comentaré el resultado en el próximo capítulo.

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