EL COLLAR DE LA PALOMA




Obrad como si no me hubierais conocido nunca, que yo también obraré como si no me hubieseis conocido ni amado.


viernes, 17 de abril de 2009

Mi Doddi venezolano

Anoche regresé de Beirut. Tuve poco tiempo para pasear la ciudad pero me di un buen paseo de unas cuatro horas al bordecito del Mediterráneo (y me fumé mi narguile en una terraza). Vaya por delante que no me encontré con Maruja Torres. Vaya por delante que ya de madrugada facturé la maleta con parte del contingente de soldados/as españoles que decidieron regresar también anoche. O que les decidieron el regreso. Las criaturitas uniformadas y con los macutos al hombro facturaban con carita de cansancio e ilusión. Una, en su emoción de expatriada momentánea, se hizo la simpática y les dijo aquello de: ¿Qué?¿De vuelta a casa?. Y de paso se les insinuó para ver si la colaban en su vuelo directo aunque fuera disfrazándome de cantinera. No coló, amigos, no coló. El contingente salió disparado y pasó la aduana sin sentirse y una, civil y vestida de calle, pasó su turno de control pacientemente y aguantó sus esperas, sus colas, sus embarques, una escala eterna en Estambul y a un saudí pesado (y gordo) como compañero de viaje. Y feo, señores, muy feo. Más feo que pegarle a un padre.
Dicho todo esto, os contaré que mis veinticuatro horas beirutíes han sido aprovechadas al máximo. Trabajo, narguiles, paseos marítimos, excelente degustación gastronómica, contacto con el Ejército español en carne viva y un café a cuatro euros en el aeropuerto de Estambul (para futuros viajeros, evitad escala alguna en Turquía; de no ser posible, llevad un termo desde casa con vosotros. Dicho queda).
Otro día (y en un aparte íntimo) os contaré la historia del macizorro libanés (recriado en Venezuela) que tuvo a bien recogerme en el aeropuerto de Beirut. Sólo con esos primeros quince minutos de recorrido por la ciudad (a ciento ochenta por hora cual Lady Di con su Doddi) me darían para una novela de ochocientas páginas. O así.
Seguiremos.

2 comentarios:

Paul Spleen dijo...

Este verano caí en el mismo error de querer tomarme un café en un aeropuerto turco. Nunca más. ¡Feliz regreso!

Alejandra dijo...

Llamar café a lo que me pusieron en el aeropuerto de Estambul en la madrugada del lunes pasado es todo un exceso verbal. Cuando la tipa camarera me dijo que eran cuatro euros solté una carcajada y me cagué en los ascendientes y descendientes de Atatürk por línea paterna (por ejemplo). Al regreso, tomé medidas y me compré mis chuches en el aeropuerto de Beirut. En venganza, me saqué las chuches en la misma cafetería de vuelta a Estambul y dejé todas las bolsitas de las chuches en la mesa (con sus escrituras morunas y las etiquetas de Made in Lebanon). No es por crear conflictos internacionales sino por hacer risas que era de madrugada y una se aburría un rato.