Al subirme al AVE, escuché de casualidad una conversación entre una muchacha casi veinteañera y su colega. La cosa iba de que se había exiliado desde su ciudad de origen a Barcelona por motivos de trabajo hacía un par de meses y que decía ella que ya le costaba volver al terruño porque ya no era la misma y que patatín y que patatán. Me ha dejado fascinada. No he querido seguir escuchando. El resto me lo he ido inventando conforme atravesaba las tierras aragonesas y castellanas y llegaba a la Capital del Reino. Y del resultado de la invención, he llegado a la conclusión de que esa flor de la canela estará en su casa dentro de quince días para nunca más salir. Pondría la mano en el fuego a que no se ha ido ni un minuto de su terruño ni va a poder hacerlo. Pero eso es historia que igual cuento otro día porque está feo meterse en conversaciones ajenas.
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