Mientras escribía la entrada anterior, alguien se dedica a destrozar uno de mis tangos preferidos entre las mesas de la terraza del bar que queda justo debajo de mi balcón. Por menos, por mucho menos, alguien cometería una tropelía. Me voy a limitar a dejar constancia de este atentado contra la humanidad (el hideputa ya lleva mezclados tres tangos y no logra dar con el final). Que el Altísimo se apiade de su alma y de mis oídos.
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