Érase una vez una Caperucita morada que le dijo su madre morada: Caperucita, ten cuidado que no hay ningún animal por el bosque; sólo cojines que los tienes que pisotear y luego tienes que ir a la casa de tu abuelita que está muy malita. Caperucita morada va saltando cojines, cojines y luego llegó a casa de su abuelita y le dijo: Hola abuelita, ¿qué tal estás?. Muy bien, vale, toma cómete esto. Vale, adiós.
Esto es lo que sucede cuando se pretende contar un cuento a un niño. Que te espeta el de Caperucita morada y no te deja salida. Copiado textualmente de sus palabras.
Y esta es la felicidad de las vacaciones. Ni más, ni menos.
4 comentarios:
Y cuando uno de cuatro años te dice que lo que más miedo le da del mundo, es que se le caduquen sus chuches...
A mí me parece una preocupación de lo más razonable, si he de decir la verdad. Un chicle caducado es una tragedia.
Bendita inocencia en la que la mayor de las preocupaciones son las chuches.
¡Qué tiempos aquellos!
Si he de ser sincera, Samotracia, prefiero mi edad actual. La bendita inocencia la tengo como una nebulosa lejana que no me inspira demasiado confianza. Me recuerdo frágil y ese recuerdo no me gusta en exceso. Ni siquiera cuando las chuches eran gratis y pagaban otros.
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